Un Solo Brasil
Autoria: Pablo Carrasco – para El Observador.
En un país de las dimensiones de Brasil, el oficio de camionero es mucho más una forma de vida que una profesión. Un simple viaje entre Porto Alegre y la capital Brasilia le insumirá al chofer unos 5 días para llegar a destino y otros tantos para volver. Es fácil imaginar que se trata de personas solitarias que difícilmente puedan formar una familia y cuyo grupo de pertenencia será el de sus propios pares, con quienes son solidarios amigos de la vida.
Este grupo de sufridos trabajadores ha hecho oír su voz desde fines del año 2017, cuando Petrobras, un monopolio público privado, decidió sincerar el precio de sus combustibles con una periodicidad diaria y acumulando una suba del 50% en lo que va del año 2018. Nada menos que Petrobras.
Al igual que ocurrió con nuestros autoconvocados, los brasileros fueron desconocidos y ninguneados por un gobierno que está mucho más preocupado por los laberintos del poder que por escuchar la voz de quienes le dan sentido a sus salarios.
Un día la paciencia se terminó y, redes sociales mediante, estacionaron sus 1,1 millones de camiones al costado de la ruta y transformaron a Brasil en Venezuela en solamente una semana.
En Uruguay esta revolución ha pasado inexplicablemente desapercibida y para aquellos cuya atención ha captado se ha vuelto muy difícil de descifrar, en la medida que es incómodo atribuir izquierdas y derechas y funciona bastante mal la lucha de clases como herramienta de análisis.
El coctel ideológico es indescifrable para los "etiqueta dependientes", ya que los camioneros han recibido el apoyo de casi todos los brasileros rehenes de sus medidas, de sus propios patrones, del Partido de los Trabajadores y de Jair Bolsonaro, candidato de extrema derecha para las próximas elecciones.
Del lado de en frente, un gobierno de "derecha" ungido desde la vicepresidencia de una fórmula de "izquierda" acorralado por su falta de popularidad.
El agotamiento de la lucha de clases como explicación del fenómeno nos obliga a buscar por otro lado la razón de que gente trabajadora, que normalmente no puede disponer de su tiempo para la militancia política, haya acumulado un hartazgo tal que olvide por un instante su propio sustento y encare las agresiones de las que ha sido víctima por parte del populismo y la corrupción.
La contraposición de intereses ya no es entre el obrero y el patrón, la grieta del año 2018 es la que separa la población que recibe un cheque del gobierno todos los meses de aquella que aporta el dinero para respaldarlos. Es la del manido país productivo al que la izquierda prometió honrar al asumir el gobierno por primera vez, es el blanco preferido del socialismo carnívoro encapsulado en el partido que gobierna.
Los autoconvocados uruguayos han demostrado una caballerosidad inaudita para un movimiento basado en el hartazgo. No tiran un papel en el suelo y han sido cuidadosos en no perjudicar a nadie en sus movilizaciones. A cambio, para sus planteos civilizados, tuvieron que soportar una cadena nacional en modo pasquín y la demora geológica para obtener una respuesta del gobierno.
En la cúspide del malestar agropecuario, en un año en el que los camioneros uruguayos tendrán 60.000 viajes menos de soja, los productores quedarán debiendo US$ 350 por hectárea y el desánimo cunde debido a la sequía, el PIT-CNT pide en su congreso, con una deshonestidad intelectual proverbial, el aumento de los impuestos al campo, en base a comparaciones distorsionadas y falaces.
¿Tan seguros están los sindicatos y el gobierno sobre la capacidad infinita del país productivo uruguayo de sufrir la soberbia y el desprecio sin reaccionar? ¿No es suficiente ver las barbas de tu vecino arder?